
Ellie Davies, “Between the trees. Fires 9, 2018” Cortesía de la artista
La artista británica Ellie Davies cuenta acerca de su obra: He estado fotografiando los bosques ingleses durante 9 años. Estos paisajes alterados operan en varios niveles. Son un reflejo de mi relación personal con el bosque, una reflexión que cuestiona el concepto del paisaje como una construcción social y cultural. La idea es atraer al espectador a este espacio y que considere cómo los paisajes en los que vivimos moldean nuestra identidad.
La bióloga Sandra Myrna Díaz al recibir el Premio Princesa de Asturias en 2019, describía la naturaleza como el tapiz de la vida sobre la Tierra del que formamos parte y el cual nos entreteje y nos atraviesa.
Rachel Sussman lleva fotografiando desde hace varios años a los seres vivos más antiguos del mundo. En su serie The oldest living things in the world se pregunta ¿Qué significa ser un organismo de unos 30 años y estar frente a otro organismo que precede a la historia humana y que, con suerte, nos sobrevivirá y llegará hasta las futuras generaciones?
Las palabras de estas mujeres nos invitan a reflexionar acerca de tres conceptos: los valores, la identidad y los relatos. Tres términos que las actuales crisis ecológica-económica y social nos obligan a revisitar y redefinir.

Rachel Sussman, The oldest living things in the world, 2004-ongoing
Identidad, valores y relatos
Como profesional de la cultura y la educación no formal, he sido testigo del poder transformador que la combinación de ambas puede lograr. Hoy más que nunca juegan un papel esencial en el cambio disruptivo de valores, relatos e identidad.
La identidad es lo que somos individualmente y como sociedad. Se construye a partir del entorno en el que crecemos, las experiencias que vivimos, las relaciones con otros seres. Si entendemos la cultura, no como un lugar estático al que se va de vez en cuando sino como un ecosistema formado por distintos elementos- valores, saberes tradicionales, educación, patrimonio material e inmaterial, patrimonio natural- entonces es ese ecosistema cultural el que nos dota de identidad. Existen diversos ecosistemas culturales: locales, regionales, nacionales y globales. A igual que los ecosistemas naturales, los culturales están perdiendo su diversidad y se están homogeneizando.
Podríamos decir que la cultura global en la que estamos inmersos, tiene una clara visión antropocéntrica, dejando al resto de los seres un papel pasivo y secundario. Hablamos por ejemplo de la Naturaleza en tercera persona, como si no fuéramos parte de ella. Es igualmente una cultura de productores- consumidores, basada en tener éxito material y en la que nuestra identidad se define por lo que consumimos, como bien apunta Sholeh Johnston en esta entrevista (a partir del minuto 7:44). Johnston afirma que la transformación buscan los Objetivos de Desarrollo Sostenible es hacia una cultura que reconoce que en realidad estamos profundamente conectados con la salud del medio ambiente y que dependemos de que todos alcancemos por igual la felicidad la prosperidad.
Pero para que este cambio suceda, es necesario adoptar determinados valores que son la esencia de los ODS: las alianzas, la solidaridad, el respeto a la diversidad, la igualdad, sentirse parte de un todo en esa visión holística que proporcionan los ODS ya que como estamos comprobando, todo está interconectado. En definitiva, una cultura que de valor a lo intangible.
Los humanos siempre han creado, contado y creído en los relatos como manera de entender el mundo. Los relatos actuales nos cuentan que para sentirnos felices y plenos necesitamos tener cosas, ir rápido, fomentan la inmediatez y la individualidad. La cultura y la educación son lugares para la reflexión y el aprendizaje. Desde estos lugares, es necesario crear nuevos relatos porque los actuales han fracasado.
Filósofos, pensadores, pedagogos y humanistas ya han comenzado a reflexionar y construir nuevas alternativas a estas identidades, relatos y valores que dominan el mundo de hoy. Jorge Riechmann sostiene que la crisis ecológico-social podría ser una oportunidad para vivir mejor. Esto nos exige cambiar a fondo y avanzar hacia una ética ecológica con valores como la diversidad cultural y biológica; el sentido de la medida, sencillez, funcionalidad, singularidad, durabilidad frente al consumo; el disfrute de lo bello o la construcción de lazos ricos y sólidos con nuestros congéneres (humanos y no humanos). José Albelda por su parte apunta a una transición ecológica cuyas características sean la reevaluación de nuestra relación con la Naturaleza, la comprensión de la Naturaleza como “libre” y culto a la Naturaleza intocada, la austeridad como forma de vida o la política de lo común. Elementos todos ellos que son la esencia de la Agenda 2030. En este cambio de rumbo necesario e urgente, tenemos una brújula consensuada por 193 países del mundo. Un anhelo compartido que refleja el deseo de una humanidad mejorada.
¿No han de ser entonces los Objetivos de Desarrollo Sostenible la nueva identidad cultural global?
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